EL HUMOR ABSURDO



Según la versión corriente, absurdo es lo inconcebible, lo que se opone a la razón. Se trata de una aproximación correcta, pero incompleta: los periódicos se encargan incesantemente de demostrar que, aunque contrario a la razón, el absurdo suele ser una de sus consecuencias, que su concepción es posible y hasta inevitable. Esta es sólo una de las paradojas que entretienen y alivian el tránsito por el territorio hostil del sinsentido: el absurdo es enemigo de la razón, pero es al mismo tiempo su hijo y su esclavo: sólo hemos llegado a enfrentarnos con él tras practicar durante un par de siglos un racionalismo exaltado e ingenuo, y la percepción cabal de este enfrentamiento constituye, ante todo, un ejercicio de lucidez.

El humorismo absurdo no actúa sólo como corrosivo; es, al mismo tiempo, un protector de la razón contra las andanadas del sinsentido. Lo absurdo es una irreverencia del cosmos a nuestras convenciones (que son, con frecuencia, nuestras ilusiones); es lo irrazonable, lo arbitrario, un engendro capaz de irritar la cordura mejor asentada. Al trasladar esa arbitrariedad a un nivel racional, el humorismo la vuelve intelectualmente accesible: la obliga a aceptar nuestras leyes de juego. Es una batalla sutil: en un primer momento el humorismo parece aliado a nuestro enemigo: como él, menoscaba nuestra lógica, nuestra sensatez y nuestro palabrerío. Pero es sólo para foguearlos en la duda, para agregarles la fuerza de la verdad. Se trata, en realidad, de una vacunación; el absurdo humorístico lanza a la acción todas nuestras defensas mentales y conjura una lógica más aguda, una sensatez verdadera, capaces de percibir la coherencia sutil del disparate y la milagrosa poesía de lo insensato […]

Dada la esencia humorística de lo absurdo, al humorista le basta representar o postular el sinsentido para lograr su fin. Emplea dos métodos principales. Uno —practicado con Lewis Carroll, por Kafka, por Arreola, por los dramaturgos del absurdo— consiste en la representación metafórica del caos, en la postulación de un universo regido por el desorden. El otro método ha dado origen a la bellísima literatura del nonsense: se limita a la enunciación desapasionada del disparate, una versión doméstica del absurdo frecuentemente identificada con la poesía. Resultado de esta técnica son los limericks del precursor Lear, parte de la obra carrolliana, los delirios del surrealismo, ciertas hermosas canciones infantiles. Esta variante se diferencia de la primera en que puede no obedecer a un acto de la voluntad. El proceso o Alicia obedecen a una operación intelectual.



El humor absurdo, Eduardo Stilman, 1967

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