OTRA MANERA DE MIRAR




Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez

que vi los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad

secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.

Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las

Finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan

Con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaces de evadirse

De ese sopor mineral en que pasaban horas enteras. Sus ojos, sobretodo,

Me obsesionaban. Al lado de ellos, en los restantes acuarios, diversos peces

Me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los

Nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente,

De otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía,

inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos aúreos, esa entrada al mundo

Infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con

El dedo en el cristal, delante de sus caras; jamás se advertía la menor reacción.

Los ojos de oro seguían ardiendo con dulce, terrible luz; seguían mirándome

Desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl.

Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos

Antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la

Distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los

Axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que

No me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas… pero una lagartija

También tiene manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza

De los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojillos de oro.

Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.


“Axolotl” en Final del Juego, Julio Cortázar





UNA POLILLA AL BORDE DEL LÁPIZ




Y no es que esté mal si las cosas nos encuentran otra vez cada día y son las mismas. Que a nuestro lado haya la misma mujer, el mismo reloj, y que la novela abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal? Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza, del centro del ladrillo de cristal empujar hacia fuera, hacia lo otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan cerca del toro. Castigarse los ojos mirando eso que anda por el cielo y acepta taimadamente su nombre de nube, su réplica catalogada en la memoria. No creas que el teléfono va a darte los números que buscas. ¿Por qué te los daría? Solamente vendrá lo que tienes preparado y resuelto, el triste reflejo de tu esperanza, ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío. Rómpele la cabeza a ese mono, corre desde el centro de la pared y ábrete paso. ¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba! Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el ladrillo de cristal. Y si de pronto una polilla se para al borde un lápiz y late como un fuego ceniciento, mírala, yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado, no todo está perdido. Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario de la esquina.

“Manual de instrucciones” en Historias de cronopios y famas, Julio Cortázar

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